Cien años de la grabación eléctrica que permitió capturar el sonido real de una orquesta
En diciembre de 1925, HMV publicó la primera sinfonía registrada con micrófonos: una ‘Cuarta’ de Chaikovski, que Pristine Classical recupera en una edición conmemorativa
En las primeras décadas de la fonografía, escuchar una orquesta sinfónica en disco implicaba aceptar una ficción sonora: un conjunto reducido, sin graves reales ni contrastes dinámicos, muy alejado de la experiencia del concierto. Todo eso cambió hace ahora cien años, cuando la grabación eléctrica permitió, por primera vez, capturar el sonido real de una orquesta.
En diciembre de 1925, el sello His Master’s Voice (HMV) publicó la primera sinfonía completa registrada con micrófonos: la Cuarta Sinfonía de Chaikovski, dirigida por Landon Ronald al frente de la Orquesta del Royal Albert Hall. Un siglo después, el histórico registro vuelve a escucharse en condiciones óptimas gracias a una cuidada edición conmemorativa de Pristine Classical, que permite comprender hasta qué punto aquel avance transformó para siempre la historia de la grabación sonora.

Hasta entonces, registrar una orquesta sinfónica había sido una tarea casi imposible. El procedimiento acústico, vigente hasta mediados de la década de 1920, dependía exclusivamente de la energía mecánica del sonido para mover la aguja sobre un disco recubierto de cera. Las orquestas debían reducirse a poco más de una veintena de músicos, apiñados alrededor de una bocina cónica semejante a un megáfono, dispuestos no según criterios musicales, sino por pura necesidad física.
Los violinistas recurrían a modelos Stroh, dotados de una campana metálica que dirigía el sonido; los violonchelos se situaban a la altura de la bocina y requerían el refuerzo del fagot; las frecuencias graves de los contrabajos se sustituían por una tuba, y el trompista debía tocar de espaldas al director, orientando el pabellón hacia la bocina y ayudándose de un espejo para seguir la batuta. Las dinámicas extremas eran inviables: el pianísimo quedaba sepultado por el ruido superficial y el fortísimo podía hacer saltar la aguja y arruinar la toma. Tampoco se recomendaba el uso de percusión de gran tamaño.
Todos estos detalles aparecen documentados en el clásico estudio de Roland Gelatt, The Fabulous Phonograph (1954; revisado en 1977), y pueden observarse en fotografías de la época, como la célebre imagen de Rosario Bourdon dirigiendo la Victor Symphony Orchestra en torno a 1920. Los testimonios reunidos por Gelatt subrayan la escasa fiabilidad artística de aquellas grabaciones. Arturo Toscanini fue particularmente severo al referirse a la famosa versión acústica de : “No solo presenta un sonido deficiente, sino que constituye una tergiversación absoluta de su arte”.