¿Cuál es el futuro de la cooperación al desarrollo?
SOURCE:El Pais|BY:Carlos Buhigas Schubert
Es recomendable impulsar, a partir de 2026, el papel cada vez más activo de España en los foros sobre cooperación internacional, multiplicar la inversión privada, optimizar la profesionalización del sector y apostar por estrategias de gobierno integral
Por una parte, la permanencia de multitud de voces comprometidas con la agenda de desarrollo global. Pero por otra, un terreno de juego más quebradizo; un multilateralismo a la carta que se proyecta como una posibilidad, no como una garantía, a través de una inmensa atomización de iniciativas en busca de respaldo político y resultados concretos.
En consecuencia, ni momento “catalítico”, como anunciaban los más incondicionales (con la propensión a la candidez tan distintiva del sector), ni momento apocalíptico, como aseguran los más agoreros. Pero sí hay algo de rito de paso en este 2025, de metamorfosis obligatoria para un sector que necesita renovarse desde hace mucho tiempo.
Por eso, mi sugerencia es recuperar cierta visión de conjunto, que nos permita entender la lista de retos a los que nos enfrentamos y mejorar la capacidad de acción y adaptación del sector de la cooperación para el desarrollo. Yo empezaría destacando tres aspectos.
Mi sugerencia es recuperar cierta visión de conjunto, que nos permita entender la lista de retos a los que nos enfrentamos y mejorar la capacidad de acción y adaptación del sector de la cooperación para el desarrollo
El primero se refiere a elementos clave de la agenda de desarrollo, conocidos pero que conviene recordar, que no han cumplido las expectativas. Propongo tres ejemplos. El primero sobre la Agenda 2030. A falta de cinco años de que se cumpla la fecha límite, tan solo el 18% de las 169 metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) están en camino de alcanzarse. El segundo, sobre la brecha de financiación. La falta de financiación para fomentar los objetivos de desarrollo no ha dejado de crecer, y supera hoy los cuatro billones de dólares anuales. El tercero, respecto al gran consenso sobre el clima generado por la Cumbre de Paris. Diez años más tarde, aquel acuerdo histórico sigue tropezándose con bloqueos e incumplimientos. Tres ejemplos que dan pie a una pregunta incómoda, pero que no podemos ignorar. Si esos son los resultados que arroja una década comprometida con el multilateralismo y una agenda común, ¿cómo serán los que están por llegar, resultantes de recortes y desencuentros? Esta pregunta no alude a una hipótesis, sino a la realidad que ya estamos conociendo.
El segundo aspecto alude a lo que denomino la gran epidemia de embrutecimiento global. No es una hipérbole, sino un fenómeno que afecta ya a todo el planeta y se manifiesta a través del avance imparable de las amenazas a la seguridad humana. La evolución de los conflictos internos, la guerra entre estados, la represión, las violaciones de derechos humanos, la negación de la ayuda humanitaria y, en general, el uso de un lenguaje mucho más agresivo constituye un fenómeno imparable, tan preocupante como difícil de gestionar, y con un potencial destructivo impredecible.
El tercero es la confusión entre la retórica ambigua y el repliegue de la comunidad internacional respecto a los compromisos firmados en el ámbito del desarrollo. Una de las grandes paradojas que vivimos es que, en el momento en que la Ayuda Oficial para el Desarrollo (AOD) debería desempeñar un papel más importante para intentar dar respuesta a todos esos retos, se somete a continuos recortes. Según el reciente informe de la OCDE sobre el estado de la ayuda, en 2024 la AOD cayó un 9% en términos netos, y se proyecta una nueva disminución de entre 9% y 17% durante 2025. La cantidad no es tan problemática como la falta de compromiso o implicación. Se podrá criticar a Donald Trump todo lo que uno quiera, pero sería más práctico centrarnos en la UE, que no ofrece precisamente un gran consuelo.
En el año 2015, la UE se presentaba como un líder natural en la defensa del nuevo pacto mundial para el desarrollo, como donante y aliado estratégico, apoyando los intereses mutuos y la responsabilidad compartida. Esa “ilusión de relevancia”, tan certera y dolorosamente descrita por el economista Mario Draghi en su discurso “¿Qué horizonte para Europa?”, contrasta con el progresivo mutismo que ha recorrido las capitales de la UE a lo largo de este año, incapaces ya de disimular una posición indiscutible de dependencia y debilidad comparativa. Una debilidad cuya naturaleza explicaba este pesimista hace seis años en un artículo en este mismo diario, y sobre la que no nos queda más remedio que seguir trabajando. La pregunta es: ¿qué se puede cambiar durante los próximos años para reanimar la agenda del desarrollo?
Se podrá criticar a Donald Trump todo lo que uno quiera, pero sería más práctico centrarnos en la UE, que no ofrece precisamente un gran consuelo
Dadas las tensiones geopolíticas, el debilitamiento de la cooperación global y, especialmente, la falta de apetito por una unión real de esfuerzos entre los Estados miembros de la UE, cada uno de ellos deberá contribuir al cableado de una cooperación europea que seguirá siendo híbrida, incompleta y fragmentada, pero a la que le interesa seguir buscando fórmulas de trabajar de una forma más concertada, más allá del enfoque Team Europe.
Como mencionaba al comienzo, sería un gran error pretender que esto es solo “una mala tarde”. Sería el momento apropiado para exorcizar una parte de la cultura, tan bienintencionada como inmovilista, que ha dominado durante décadas a una gran parte de las agencias de desarrollo y la política de cooperación, e integrar más esfuerzos en tres ejes interconectados. El primero es, categóricamente, multiplicar la capacidad de movilización financiera e inversión privada. El segundo, una reprofesionalización del sector en la que la optimización del conocimiento y la aplicación de la tecnología fomenten a medio plazo avances notorios en la eficacia de los resultados. Por último, dar un descanso a “tanta alianza y sinergia” y apostar por estrategias de gobierno integral, donde recursos, experiencia, fortalezas y capacidades de un universo de actores mucho más grande interactúe de una forma fluida, para redimensionar el sector de la cooperación, readaptarlo a un contexto de retos y soluciones diferente y fomentar un universo de posibilidades renovado.
Desafortunadamente ninguno de esos tres ejes son el fuerte de nuestra cooperación. Tampoco de nuestro sector público. ¿Mi propuesta? Impulsar durante el 2026 el embrión de un Team España: Un proceso de reflexión y debate que apoye la inercia positiva del papel cada vez más activo de España en múltiples foros internacionales, y sea capaz de integrar a medio plazo esos tres ejes de la mano de la enorme riqueza de actores que representan la cooperación española. No se me ocurre una forma mejor de ir construyendo las bases para hacer frente a este temporal que, mucho me temo, todavía no ha enseñado su peor cara.