Del antisemitismo al antisionismo: ¿por qué tanto odio?
EN 1492, en vísperas de su expulsión, España acogía a unos 300.00 judíos, probablemente la comunidad más importante del mundo. Tras su expulsión, se mantuvieron fieles a sus orígenes, hablando hasta el siglo XX el ladino, un español medieval mezclado con algunas palabras hebreas. Hoy en día, los judíos de España son unos 12.000, lo que, al parecer, es demasiado para el Gobierno de Pedro Sánchez. Este es, de hecho, el más vehemente de Europa a la hora de condenar al Estado de Israel y celebrar a los palestinos, incluidos los terroristas y Hamás . Se me objetará que estoy iniciando un juicio injusto contra Sánchez y sus compañeros, ya que ellos afirman no ser antisemitas, sino antisionistas. Es cierto, pero es difícil distinguir entre ambos conceptos; de hecho, creo que es cada vez más imposible. Cabe recordar que el Estado de Israel fue creado como territorio, refugio último para los judíos perseguidos en todo el mundo. Pero este refugio siempre les ha sido negado por la mayor parte del mundo árabe-musulmán, que no reconoce el Estado de Israel, y por los antisemitas-antisionistas que en todo el mundo sienten pasión por los palestinos, que se perpetúan de generación en generación como refugiados en lugar de integrarse en el mundo árabe-musulmán, al igual que los judíos se integraron en Oriente Próximo.Volvamos a la distinción entre antisemitismo y antisionismo. Después de mucho titubear –ya que soy judío de origen y estoy bastante a favor de la creación de un Estado palestino– tras los diferentes atentados de Hamás hasta en Sidney, me he decidido a admitir que los antisionistas son antisemitas: el antisionismo no es más que una metamorfosis de la judeofobia, su versión moderna, por así decirlo. Si examinamos la historia del pueblo judío, que ha sobrevivido milagrosamente a todos los intentos de exterminio desde la destrucción de Jerusalén por los romanos, los pretextos –buenos y malos, sobre todo malos– para deshacerse de los judíos no han dejado de adoptar diversas denominaciones. Es indiscutible que, desde Roma hasta el siglo XX, el cristianismo fue la base de la judeofobia contra el pueblo supuestamente deílico: un rechazo ambiguo, ya que al mismo tiempo que se exterminaba a los judíos el Papa los protegía como últimos testigos del nacimiento del cristianismo. Todo esto cambió con el Concilio Vaticano II, que acercó a los cristianos y a los judíos bajo la adoración de un mismo Dios.Mientras desaparecía este antijudaísmo cristiano, el relevo lo tomó, a finales del siglo XIX, el antisemitismo, término creado por un periodista alemán llamado Wilhem Marr en 1876. Era la época del racismo, un nuevo concepto con pretensiones científicas. Los judíos fueron declarados enemigos de la humanidad por su raza y ya no por su religión. El Holocausto nazi fue el resultado de esta nueva versión del antijudaísmo convertido en antisemitismo.Después de que la idea de raza perdiera fuerza, fue reemplazada por otra teoría que también justificaba la persecución: la idea de que los judíos eran un pueblo conspirador destinado a dominar el mundo. Esta nueva teoría apareció por primera vez en un libro concebido en Moscú por iniciativa del Gobierno zarista en 1903, titulado 'Los protocolos de los sabios de Sión'. En él se describía con todo detalle cómo los judíos supuestamente estaban tomando el control del mundo. Este libro sigue siendo popular, traducido a muchos idiomas y disponible en numerosas librerías del mundo árabe-musulmán. Es una teoría de conspiración que todavía influye en las mentes de quienes buscan explicaciones simples para el mundo. Prueba de ello es una versión reciente elaborada en Suecia por el pensador ecologista Andreas Malmart. Según Malmart, los judíos inventaron el capitalismo, una idea falsa popularizada por 'Los protocolos de los sabios de Sión', y serían responsables de las industrias extractivas que producen gases de efecto invernadero, calientan el planeta y podrían llegar a destruirlo. Así, el ecologismo se mezcla con el antisemitismo. Cabe destacar que Andreas Malmart es considerado el gurú de Greta Thunberg, la joven activista sueca que se encuentra al frente tanto del movimiento ecologista como de las críticas hacia Israel. Me parece importante recordar que esta evolución del odio hacia los judíos es porque no debemos dejarnos engañar por la hipocresía de los antisionistas. El pasado 14 de diciembre, en Sidney, dos australianos de origen indio y musulmanes, Sajid Akram y su hijo Naveed, asesinaron a quince judíos e hirieron a otros cincuenta. ¿Podemos considerar a estos dos militantes del Estado Islámico, que apoyaban la eliminación total de Israel, simplemente antisionistas, o eran antisemitas? Les dejo que juzguen ustedes mismos.El pueblo judío, a pesar del odio que suscita y las metamorfosis retóricas de ese odio, es un pueblo milagroso: ¿no es sorprendente que aún exista? Sin duda, y se lo debe a su perseverancia intelectual y religiosa, pero también a la intervención de algunas almas heroicas, motivadas por el amor al prójimo más que por el odio. El símbolo extraordinario en Sidney fue un frutero de unos cuarenta años, de origen sirio y naturalizado australiano, Ahmed al-Ahmed. Al derribar a los terroristas con sus propias manos, este sirio árabe-musulmán logró limitar la magnitud de la masacre, lo que nos obliga a relativizar los prejuicios que podamos tener contra el islam. Aunque existen musulmanes antisemitas o antisionistas, no hay motivos para acusar a todos los musulmanes de odiar fatalmente a los judíos. De la misma manera, que Pedro Sánchez y sus compañeros sean antisemitas y antisionistas no significa que todo el mundo cristiano occidental desee la desaparición de los judíos y de Israel. En Jerusalén, en la sede de Yad Vashem, el memorial del Holocausto, se recogen los nombres de los Justos, aquellos que durante el Holocausto, arriesgando sus vidas, sin calcular el riesgo, salvaron a judíos perseguidos. Les debo mi supervivencia. Ahmed al Ahmed es, evidentemente, un Justo. Pedro Sánchez no lo es. No conozco al jefe del Gobierno español ni sus motivaciones; solo sé que su hostilidad hacia Israel parece ser el pegamento que mantiene unida a su coalición gubernamental. ¿Podemos atribuir su determinación a fomentar la violencia al desconocimiento de la historia judía en España y del mundo árabe-musulmán? El antisemitismo no sería tan peligroso si no fuera alentado, ya sea por error o por interés, por políticos e intelectuales mediocres que han encontrado en él un negocio. En Sidney hemos visto que las palabras matan; el paso a la acción de los asesinos es la consecuencia inevitable del discurso político de odio. Quienes se jactan de su antisionismo alegando que no son antisemitas tal vez deberían reflexionar sobre las consecuencias de sus discursos. A menos que los antisionistas sean realmente antisemitas y deseen, al igual que Hamás o la Yihad Islámica, la desaparición total de Israel y de los judíos. ¿Por qué tanto odio? Solo Dios sabe quién habría designado a los judíos como sus portavoces, pero también como chivos expiatorios.
