El antiguo palacio en ruinas que revoluciona el centro histórico de Toledo
La restauración del Salón Rico, un edificio medieval degradado en el siglo XX como taller mecánico y zona de menudeo de droga, se transforma en un espacio de intensa actividad cultural, descanso para turistas y viviendas en alquiler para jóvenes
Con la llegada de la Segunda República, el Salón Rico de Toledo fue uno de los cientos de bienes protegidos aquel año de 1931. Sin embargo, el buen augurio para los últimos restos del palacio, de origen medieval, acabaría disipándose. El conjunto patrimonial —el edificio y el entorno, el llamado Corral de Don Diego— terminarían el siglo XX como una zona profundamente degradada, abonada al carterismo, el menudeo de droga y la acumulación de basura. Por el camino, el interior de esta “qubba” (una construcción cuadrangular de influencia oriental, coronada por un artesonado) había servido de desahogo para una herrería contigua, y como garaje para un taller mecánico en las décadas de los sesenta y setenta. “Se había perdido la memoria del lugar”, constata el historiador Antonio Perla. Aquella profunda herida está comenzando hoy a restañarse. La recuperación de la zona, a poco más de cien metros de la neurálgica plaza de Zocodover, ha devuelto la vitalidad y la ilusión a un enclave histórico de Toledo que parecía condenado al olvido.
En todo caso, los problemas en el antiguo palacio de los García de Toledo vienen de antiguo. A mediados del siglo XIX, el arqueólogo Amador de los Ríos ya advertía de la progresiva destrucción del complejo y, décadas más tarde, Pérez Galdós describía las últimas estructuras que quedaban en pie, de las que solo se salvaría el Salón Rico. No fue hasta finales del XX cuando el Ayuntamiento de Toledo comenzó a mostrar interés en recuperar la zona. “En los años ochenta hubo intentos de hacer viviendas, hoteles y locales comerciales”, constata Jesús Corroto, gerente del Consorcio de la Ciudad de Toledo, que gestiona el patrimonio del centro histórico. Aquella iniciativa naufragó. “No había un proyecto claro consensuado con los ciudadanos y faltó comunicación”, analiza Corroto, apuntando a algunas de las causas de aquel fiasco.
Así que el consorcio tomó nota de los errores pasados y se lanzó al rescate en 2021. “Nos reunimos con las asociaciones vecinales del casco histórico para que nos dijeran qué necesitaban: no querían más museos, sino viviendas para jóvenes”. Jesús Corroto explica cómo, escuchando a los vecinos, se fue configurando el resto de detalles del proyecto: “Nos plantearon que hubiese vegetación autóctona, una fuente para beber agua, que los coches desapareciesen de allí o que se habilitara un cruce de caminos entre la Plaza Mayor y la zona del Alcázar”. La intervención permitiría eliminar “un tapón en la ciudad” —describe el arquitecto Pablo González Collado— y habilitar una plaza con una grada en el antiguo Corral de Don Diego, que actualmente es foco de una intensa actividad cultural. De paso, “se han podido recuperar los edificios de alrededor, que estaban en ruinas, con cinco viviendas para jóvenes y dos locales para comercio de proximidad”, detalla el técnico del consorcio.

