El cuento de la Navidad en Sevilla: de la noche a la intemperie a un techo y compañía
La Navidad a la intemperie. Tomás Bermúdez sabe lo que es. Sentirse fuera de sitio, la oveja negra a la que nadie invita a su mesa. El frío bajo unos soportales. La gente que va y que viene con bolsas de regalos, las botellas de champán y las gambas blancas en una ciudad que por una noche no responde al ritmo diario: será una jornada entre semana, aparentemente una más, pero los comercios han cerrado pronto, en cuanto la noche se ha echado entre el estrépito de los petardos y los villancicos que corean los clientes pasados de rosca que quedan en los pocos bares que apuran la hora de servir la última, o la penúltima.Noticia Relacionada REPORTAJE reportaje Si La batalla sin cuartel a la soledad de los mayores en Andalucía Rafael Aguilar El verano puede convertirse en una época del año especialmente amarga para las personas de más edad: asociaciones benéficas, parroquias y farmacias combaten el mal que afecta a uno de cada cuatro ancianosTomás recuerda que levantaba la vista desde la covacha armada con cartones y a resguardo de la lluvia fina de los recuerdos que hieren en corazón y congelan el alma, que miraba hacia las ventanas de las casas tras cuyas luces parpadeantes él podía imaginarse la vida alegre, animada y en paz que había allí dentro, en esos pisos en los cuñados se reconcilian y se sienten como hermanos de sangre una vez al año, y también la que él quizás tuvo alguna vez y terminó por arruinar por una adicción al alcohol, que era lo que le había dejado solo y con el entendimiento taladrado por el trago sin apenas descanso mientras los otros se disponían a hacer de la compañía cotidiana una ceremonia que por definición no se podía permitir dejar nadie atrás. Pero que sí se los dejaba.«Verte solo en la calle el día de Nochebuena a las ocho de la tarde, eso es muy duro. Por desgracia, yo sé lo que es. Pero este año estoy en el albergue» Tomás Bermúdez Beneficiario de la OrdenLa Navidad puede ser un motivo de alegría, de esperanza y de reencuentros pero también una pesadilla, la boca de un pozo siniestro, el sumidero negro y espeso de la desolación. «Verte solo en la calle el día de Nochebuena a las ocho de la tarde, eso es muy duro... Ahí te das cuenta de la situación en la que estás, de cómo has perdido lo que tenías. Este año estaré en el albergue, tendré techo: es verdad que con lo mal que me he portado hay gente que sigue teniendo su casa abierta para mí: son como ángeles», se emociona Tomás, de 61 años y natural de Santiponce , que había hecho del raso su hogar a cielo abierto y de la bebida su pasaporte hacia la pérdida de la consciencia y de las relaciones humanas sanas y edificantes. En 2020 todo cambió: llamó al timbre del centro de Servicios Sociales de San Juan de Dios , en la céntrica calle Misericordia de Sevilla , a un paso de la Encarnación y allí comprobó que el cariño no caduca, que hay quien no pregunta qué te ha pasado ni en que líos te has metido antes de darte un abrazo como quien acuna a un niño pequeño extraviado en un mundo que aún no entiende o que no piensa del todo que vaya con él.El camino «Gracias a ellos me centré y retomé el buen camino: mi vida ha sido como un tsunami, por donde llegaba arrasaba. Ha sido un poco loca, con muchos errores y dificultades que yo mismo creaba. Poco a poco he ido aprendiendo a suavizarlos, con mucho esfuerzo. Cuando llegué aquí, a San Juan de Dios encontré mucha ayuda, desde el comedor al ropero a la atención personal. Todo eso me ha salvado, me está salvando», dice el hombre. «Mi vida escolar fue muy corta, no terminé el colegio, y a los 16 años empecé a trabajar en la hostelería. Estuve casado 20 años, tuve dos hijos con los que no guardo una relación estable, y mi mujer ya ha fallecido. He perdido a mi familia por una adicción que yo me busqué, que fue el alcohol: comencé entre los 18 y los 20 años. Me vine del pueblo a Sevilla a trabajar en la restauración, hacía dinero fácil, era joven, en el trabajo lo tenía todo», relata Tomás, que sabe de sobra que el primer paso para superar un problema es reconocerse parte de él, no su víctima.«La noche del 24 de diciembre cenamos juntos los compañeros de piso, brindamos con champán, llamamos por teléfono a nuestros seres queridos» Galina Litus Inmigrante ucraniana«En el mundo de las adicciones es fácil buscar excusas, pero las cosas que pasan en la vida no son excusas para seguir bebiendo. Cada vez tenía más discusiones con mi pareja, no le puse nunca una mano encima pero sí que la agredí de palabra. En el mundo de la hostelería tenía muy cerca al diablo, y al final caía en él. He llegado a hacer cosas malas de las que me arrepiento ahora: he podido tener trabajos buenas pero por la adicción o por mí, lo he perdido todo, pero ahora miro el futuro de otra manera, aunque sé que la adicción siempre la voy a tener ahí», completa.A Galina Litus , ucraniana de 79 años, le es también familiar esa dolorosa sensación de soledad y cierto desamparo en unos momentos en los que el resto de la gente parece levitar en un estado de felicidad constante. «No me puedo mirar al espejo, mi tiempo ha pasado», señala apesadumbrada la mujer, que ha encontrado en los servicio de la Orden Hospitalaria una tabla de salvación, una caricia. «Llegué a España desde mi país en 2003 porque tenía dos hijos, y uno de ellos quería entrar en la Universidad; yo tenía 55 años, estaba jubilada y no tenía dinero, estaba separada de mi marido. Me vine aquí a trabajar para poder ayudar a mi hijo a pagarse los estudios de Informática . Siempre he estado en Sevilla», señala Galina, a la que la vida se le ha complicado por la invasión rusa.'Ahora y en la hora'El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince ha publicado hace unos meses 'Ahora y en la hora', una novelita de poco más de doscientas páginas que narra su viaje al centro del conflicto de Europa del Este y en el que pierde a una amiga por un ataque de un misil mientras cenaban juntos en una pizzería de la ciudad de Kramatorsk . «La extraña belleza que tienen las cosas tristes», anota en su diario el autor de 'El olvido que seremos' cuando rememora el episodio violento, los últimos momentos que compartió con la víctima mortal del proyectil de la fuerza militar de Putin. Así, con una mezcla de nostalgia y pérdida y de cariño, ella, Galina, habla de la familia que padece el drama de la contienda. «Hablo por teléfono con mis familiares cuando puedo, los echo de menos... Pero ir allí a verlos es imposible por las circunstancias. Llevo siete años sin verlos», expone.«Sin papeles, aquí eres un bicho», bromea quien arribó a la capital de Andalucía animada por una amiga que ya trabajaba en ella. «Estaba en un restaurante, y me ofreció ayuda para conseguir el trabajo y me puso en contacto con la trabajadora social: en Ucrania yo trabajé diez años en una fábrica de alcohol y luego otros veinte como administradora en un restaurante, soy titulada universitaria en Economía . Aquí en Sevilla estuve primero de interna cuidando a una persona mayor y después igual pero a cargo de dos niñas».Antes de la pandemiaLos servicios de San Juan de Dios se le cruzaron en el camino gracias a una conocida y algo antes de la pandemia. «Vengo aquí a comer a diario, y valoro mucho la ayuda de la trabajadora social», comenta. La labor de la Orden endulza el plato agrio de la distancia y el destierro en Navidad. «Aquí, el Año Nuevo se celebra menos que la Semana Santa», espeta Galina, socarrona. La noche del 24 de diciembre la pasó en la casa que comparte con tres personas más. «Cenamos juntos, brindamos con champán, llamamos por teléfono a nuestros seres queridos». Ana Morilla, trabajadora social de San Juan de Dios VÍCTOR RODRÍGUEZ LABOR ASISTENCIAL Desayunos y almuerzos especiales en el centro de San Juan de Dios de Sevilla En la calle Misericordia número 8 de Sevilla hay un edificio del siglo pasado por cuya fachada pasan a diario miles de sevillanos y turistas que desconocen la labor que se lleva a cabo más allá de sus puertas, la que impulsa la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios a través de su centro Servicios Sociales. Aunque en todos los dispositivos de la Orden —hospitales, residencias, centros de atención a la discapacidad, etcétera—, tienen programas coordinados por la entidad, éste de Sevilla está exclusivamente dedicado a las personas que atraviesan situaciones de vulnerabilidad, como pueden ser ciudadanos sin recursos que necesitan alimentos, servicio de higiene y ropas, personas que vienen desplazadas de sus países de origen huyendo de la persecución, la guerra o el hambre… «Al fin y al cabo, se trata de personas que han llamado a muchas puertas que no se han abierto y necesitan que alguien los sostenga para cubrir unas necesidades básicas», señala la organización religiosa. «Una vez que esas necesidades básicas están colmadas, desde Servicios sociales San Juan de Dios también se busca orientar a estas personas a construir o reconstruir su proyecto de vida, una misión tan importante como esencial para la inserción social y laboral de estas personas», añade. Ana Morilla es una de sus trabajadoras sociales: «Tratamos de que [a los beneficiarios] no les falte de nada en estas fechas, que vivan estas fiestas en compañía: tenemos teatro, desayunos y comidas especiales y regalos de Reyes», suscribe la profesional del centro, que en estos días de Navidad consigue que decenas de vecinos a los que la vida les ha jugado una mala pasada no sufran en demasía la punzada de la soledad y el desamparo.