El pueblo catalán más navideño: nieve y calles de piedra (y flechazo de 'National Geographic')
La revista National Geographic destaca este enclave del Vall de Ribes por sus vistas, su arquitectura de piedra y su conexión directa con el Vall de Núria
Hay pueblos que no necesitan grandes monumentos, ni abetos altísimos o pistas de hielo para hacerse un hueco en el mapa de los hits navideños que visitar. Queralbs, en el Ripollès, es uno de ellos. Pequeño, escarpado y silencioso, este núcleo del Pirineo catalán ha sido encumbrado por la prestigiosa revista National Geographic como “el balcón más bonito del Pirineo”, una etiqueta que no responde a una estrategia turística, sino a algo mucho más sencillo: el lugar impresiona de verdad como mirador a la imponente naturaleza que lo rodea.
Situado a pocos minutos de Ribes de Freser, Queralbs es el último pueblo antes de llegar al Vall de Núria. Desde aquí parte el conocido tren cremallera que asciende hasta el santuario, uno de los espacios más visitados del Pirineo catalán y también uno de los más protegidos, ya que no se puede acceder en coche. Ese aislamiento relativo ha permitido que el pueblo conserve una atmósfera que hoy resulta casi excepcional.
El punto que ha llevado a National Geographic a concederle esa distinción está en la Plaça de la Vila. Desde su mirador de dos niveles se abre una panorámica amplia sobre el valle del Freser, con los macizos del Puigmal, el Noufonts o el Infern al fondo, picos que van de los 2.860 a los 2.909 metros. En otoño, el paisaje se convierte en un mosaico de ocres, amarillos y verdes que explica por sí solo el sobrenombre de "balcón del Pirineo".
Desde Queralbs parten además rutas tan conocidas como el Camí Vell hacia Núria, un sendero histórico que combina naturaleza, patrimonio y una sensación constante de estar caminando por un territorio que, pese a los cambios del presente, sigue sabiendo y reivindicando quién es desde el pasado.
Piedra y pizarra adaptadas a la pendiente
En cuanto a la trama urbana, las calles de Queralbs forman un entramado irregular de piedra y pizarra, adaptado sin concesiones a la pendiente de la montaña. El casco urbano se recorre con calma en menos de una hora, aunque lo habitual es que el paseo se alargue. Las fachadas con balcones floridos, los gatos al sol y el silencio solo interrumpido por el río Freser invitan a guardar el reloj y caminar sin rumbo fijo.
Según National Geographic, buena parte del encanto del pueblo reside precisamente en esa autenticidad sin artificios. Aquí no hay grandes equipamientos turísticos ni monumentos deslumbrantes, sino un conjunto urbano que se ha mantenido fiel a su función original: dar cobijo a una comunidad de montaña durante siglos (estando entre sus famosos vecinos de veraneo el expresidente de la Generalitat ).