Europa entra en estado de alerta ante la embestida estratégica de Trump
SOURCE:El Pais|BY:Andrea Rizzi ,María Sahuquillo
Señales de hostilidad de EE UU como las amenazas a Groenlandia, las sanciones contra personalidades y la nueva estrategia de seguridad elevan la tensión en una Europa todavía dependiente de Washington
Europa ha entrado en un nuevo estado de alerta ante las señales cada vez más explícitas de que Estados Unidos no solo ya no quiere sostener la carga de garante de la seguridad del continente, sino que manifiesta una abierta hostilidad contra los europeos en ámbitos que exceden la simple competición económica y tecnológica; y tocan la fibra más profunda de las cuestiones estratégicas y de seguridad.
El pasado lunes, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, afirmó que su país necesita Groenlandia —territorio autónomo perteneciente a Dinamarca, un aliado atlántico— por razones de seguridad nacional, y que su recién nombrado enviado especial para abordar ese asunto desea “liderar la carga”. “Tenemos que tenerla”, disparó Trump.
A principios de mes, Washington publicó su nueva Estrategia de Seguridad Nacional, en la que lanza un ataque explícito a la UE, calificada como una entidad que “erosiona la libertad política” y que promueve “censura y supresión de la oposición política”, prometiendo “cultivar la resistencia”, lo que significa una campaña de apoyo a las fuerzas nacionalistas europeas que pretenden desarbolar el proyecto de integración comunitario y de acoso a quienes los promueven.
Otro grave ejemplo de hostilidad ha aflorado esta semana, con las sanciones impuestas por Washington al excomisario europeo Thierry Breton —antiguo responsable de regulaciones tecnológicas sobre moderación de contenidos online y que persiguen el discurso de odio— y a responsables de organizaciones que combaten contenidos ilícitos y extremistas. Es otro movimiento de presión de Washington para que Bruselas ablande sus reglas para las empresas estadounidenses y para beneficiar a los tecno-oligarcas que hoy forman parte del ecosistema del trumpismo.
La iniciativa de EE UU, aunque no se impone a dirigentes políticos en activo, es “enormemente grave”, dice una alta fuente comunitaria. “Es una constatación más de que Washington ve a Europa como una colonia, quiere conservar su vasallaje y se moverá todo lo posible para imponer sus reglas aquí”, dice la fuente, que habla bajo condición de anonimato para discutir un asunto de gran sensibilidad.
Estos episodios son ejemplo de una actitud de hostilidad de EE UU hacia Europa occidental inaudita desde el fin de la II Guerra Mundial. Hay otros. Desde las amenazas o insinuaciones de retirar el paraguas de seguridad que cubre a los aliados de la OTAN —organización a la que EE UU aporta no solo grandes capacidades y liderazgo hoy por hoy insustituible, sino también la gran cuestión de la disuasión nuclear— a la guerra comercial.
“Quieren destruirnos”
“En lo que respecta a Europa, Trump y su Administración han mostrado una gran consistencia y previsibilidad: quieren destruirnos”, advierte Nathalie Tocci, directora Istituto Affari Internazionali. “Hoy, Estados Unidos considera adversarios la democracia liberal y la integración europea”, añade la experta.
No todo son noticias negativas desde Washington para Europa. Este mes, el Congreso estadounidense ha aprobado un presupuesto para el Pentágono en 2026 que incluye medidas que se desmarcan de la política trumpista y buscan amarrar la relación de seguridad con Europa. El texto legislativo recoge, aunque exiguas, ayudas para Ucrania —800 millones repartidos en dos años— y, sobre todo, previsiones para limitar la capacidad del Departamento de Defensa para reducir a menos de 76.000 los efectivos estadounidenses en Europa (estimados en unos 84.000 a principios de este año por el Consejo de Relaciones Exteriores). También prohíbe al líder del Comando Europeo estadounidense renunciar al título de Comandante Supremo de la OTAN.
Esta pieza legislativa muestra que en el estamento político estadounidense —así como en el militar— sigue habiendo un amplio consenso sobre la importancia estratégica de mantener un fuerte lazo de seguridad con Europa. No obstante, a diferencia del primer mandato de Trump, esas posiciones no están representadas en su Administración.
A la luz de estos hechos, incluso los países europeos más atlantistas están recalibrando sus cálculos en el entendimiento del riesgo profundo que supone confiar en el respaldo de EE UU. Los servicios de inteligencia militar de Dinamarca no han tenido más remedio que definir a EE UU como una potencial amenaza para su seguridad nacional. “Estados Unidos utiliza el poder económico, incluidas amenazas de fuertes aranceles, para imponer su voluntad. Y ya no descarta el uso de la fuerza militar, incluso contra aliados”, subraya su último informe.
Si a la hostilidad estadounidense se suman las actividades de una Rusia que prosigue en su agresión contra Ucrania y profundiza en sus acciones de sabotaje en Europa, la percepción de riesgo se incrementa.
La dependencia
La clave fundamental que motiva el estado de alerta europeo es la fuerte dependencia de EE UU en materia de seguridad. Esto tiene un efecto directo en la capacidad de defenderse de forma autónoma. Y uno indirecto en condicionar la posición europea en todo el espectro de relaciones con Washington.
Los países de la UE invierten una cifra considerable en defensa, aproximadamente 380.000 millones de euros en 2025, una cifra superior a las de China o Rusia en términos nominales —aunque no si se calcula en paridad de poder adquisitivo—.
Sin embargo, esa cifra es un espejismo que no se traduce en una capacidad defensiva autónoma realmente disuasoria. Entre otros motivos, porque los europeos dependen de EE UU en aspectos clave de la operatividad y porque la suma de gasto sobre el papel obvia una realidad marcada por la fragmentación nacional. El único elemento de coordinación eficaz es la OTAN, dominada por EE UU.
Las dependencias son de carácter cuantitativo —con limitaciones en los arsenales y en la capacidad de producción industrial— y cualitativo.
Un informe del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos considera que los europeos dependen de EE UU en asuntos clave como las actividades de inteligencia, vigilancia y reconocimiento, para las cuales no disponen de suficientes medios aéreos y espaciales. Otros déficits de hardware tienen que ver con la falta de adecuada defensa antiaérea y de capacidades misilísticas de largo alcance. En el ámbito software, falta por ejemplo una capacidad de nubes computacionales soberanas. En el ámbito nuclear, hay dos países que disponen de la capacidad (Francia y el Reino Unido) pero con arsenales muy inferiores a los de Rusia y EE UU.
En un claro síntoma de la conexión entre el ataque político-cultural de Washington a Europa y la cuestión de la defensa, el vicepresidente de EE UU, J. D. Vance, dijo en una reciente entrevista: “Francia y el Reino Unido tienen armas nucleares. Si se vieran desbordadas por ideas morales muy destructivas, entonces se permitiría que armas nucleares cayeran en manos de personas que pueden causar un daño muy, muy grave a EE UU”.
En este contexto de desapego y hastío estadounidense, desató alarma una información exclusiva de la agencia Reuters de principios de diciembre, según la cual Washington quiere que Europa se haga cargo de la mayoría de las capacidades convencionales de defensa del continente para 2027, una fecha tempranísima para asuntos de este calado. El mensaje, según la noticia, fue transmitido a varias delegaciones europeas por parte de representantes del Pentágono en una reunión en la capital estadounidense.
La fecha de 2027 ha caído como una losa en algunos círculos. Sin embargo, EE UU no ha informado de manera formal ni informal al conjunto de sus aliados de esa intención, apuntan fuentes de la OTAN. Además, dicen las mismas fuentes que es “muy difícil” que ese traspaso suceda a corto plazo. En la organización militar (de la que España forma parte desde 1982) tratan de no discutir de política y alejarse del ruido y de las declaraciones de la Administración Trump. Como si tocar el tema fuese a acelerar un divorcio que cambiaría la OTAN para siempre.
Otro informe del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos calcula que para sustituir las capacidades convencionales —es decir, sin contar con las nucleares— que EE UU tiene asignadas al escenario euroatlántico, los Estados europeos deberían invertir alrededor de un billón de dólares por encima de las inversiones actuales para cubrir un ciclo de 25 años de defensa.
Jamie Shea, investigador del centro de pensamiento Friends of Europe y alto cargo de la OTAN hasta 2018, remarca que hoy no es realista que los europeos sean autónomos por capacidades, por gasto en defensa y por la cuestión de la disuasión nuclear. “Europa tiene interés en conservar la mayor capacidad estadounidense posible en Europa y la OTAN durante el mayor tiempo posible para tener más margen para llevar a cabo esta transición militar y estratégica. Pero debe mantener el esfuerzo incluso si la postura estadounidense se vuelve menos hostil”, asegura. “El antiguo EE UU de la Guerra Fría no va a regresar”, incide Shea. “Europa debe tener una estrategia clara y recursos para lograr una defensa propia y creíble para 2030”, dice el experto.
Luis Simón, director de la oficina de Bruselas del Instituto Elcano, cree que es muy probable que ocurra el adelgazamiento de las capacidades y de presencia estadounidenses en Europa, ya que Washington quiere centrase en otros escenarios, pero no cree que vaya a ser total.
“Hoy, los europeos no están en condiciones de mantener una estructura de mando con todo lo que ello implica y no lo van a estar en los próximos cinco o incluso diez años. No tienen capacidad técnica y ningún Estado tiene la legitimidad política para reemplazar a EE UU”, dice Simón. “Así que si no se hace de forma coordinada y estructurada y con EE UU pilotando y manteniendo posiciones de mando en la estructura de la OTAN sería seguramente un proceso caótico y divisivo, que podría desembocar en una fragmentación y una estructura de mando y disuasión en Europa en torno a grupos subregionales”, señala el experto, también profesor en la Vrije Universiteit de Bruselas.
“La cuestión de fondo es que EE UU busca que los europeos se hagan cargo de su defensa, pero la Administración Trump ha optado por una estrategia muy ideológica que quiere una Europa dividida, protagonizada por fuerzas nacionalistas, obstaculizando así que se produzcan capacidades a escala europea, bajo el paraguas UE o como pilar europeo dentro de la OTAN”, dice Pol Morillas, director del centro de pensamiento CIDOB.
Esa actitud política, esa hostilidad, proyecta una sombra también sobre el armamento del cual dispone Europa. El fantasma del kill switch, de mecanismos por los cuales el fabricante pueda inhabilitar el funcionamiento desde la distancia, recorre el sector. Sin llegar hasta la inhabilitación total, la mera interrupción del suministro de actualizaciones de softwares operativos puede perjudicar gravemente la capacidad de funcionamiento de piezas clave como los aviones de combate F-35, o de buques de las armadas europeas que operan con el sistema Aegis.
Esa inquietud se produce en un contexto desfavorable. Datos recopilados por Juan Mejino-López y Guntram B. Wolff, del instituto Bruegel, muestran un incremento de las compras a EE UU en los últimos años. Los países europeos de la OTAN gastaron un 50% de su inversión en equipamiento militar en compras en EE UU en el periodo 2022-24, frente a un 28% del periodo 2019-21.
“Esto tiene lógica si se considera la situación de amenaza en Europa, la guerra en Ucrania. Se dirige una parte relevante de las compras a la industria de defensa americana porque hay escasa capacidad de producción en Europa”, dice Mejino-López. “El problema es que en un contexto en el que desde la Administración de Washington tienes signos de hostilidad cada mes o cada semana, esa dependencia cuesta muy cara a la hora de tomar decisiones, como hemos visto en el acuerdo comercial”, dice el experto.
Pero en el camino para sortear esa dependencia se interponen no solo resistencias ideológicas de los nacionalistas, sino también fricciones de intereses nacionales de escaso calado pero con graves consecuencias. Morillas, autor de En el patio de los mayores. Europa ante un mundo hostil (Debate), apunta por ejemplo al fracaso a la hora de hacer despegar el proyecto FCAS, un sistema de avión de combate de nueva generación que deberían desarrollar Dassault, Airbus e Indra pero que languidece por los pulsos entre Francia y Alemania.
Los progresos
Todo ello no significa que Europa no esté dando significativos pasos adelante. El gasto militar de los países de la UE ha pasado de los 260.000 millones de euros de 2022, año de la gran invasión rusa de Ucrania, a los 380.000 de este año. Muchos países han introducido nuevos mecanismos para conseguir ampliar el número de efectivos militares. Los Veintisiete han aceptado recurrir al significativo instrumento del endeudamiento común tanto para el programa SAFE, que busca financiar proyectos de armamento coordinado, así como para ofrecer estabilidad financiera a Ucrania, y han acordado una cláusula de escape del pacto de estabilidad fiscal para lo que concierne la inversión militar.
Asimismo, el sector industrial ha dado pasos en los últimos años hacia un aumento de la capacidad de producción, mientras en el plano político un núcleo de países europeos ha configurado un consejo informal que ha conseguido un cierto grado de influencia en las negociaciones relacionadas con Ucrania.
Varios analistas creen que para seguir avanzando es necesario abandonar los esquemas que requieren la unanimidad y configurar coaliciones de voluntarios. “Es la única manera que yo veo posible, hacerlo al margen de estructuras establecidas, de las discusiones por unanimidad”, dice Morillas. “Eso liga mucho con el federalismo pragmático del que habla Mario Draghi”, apunta el experto.
Como primera prioridad para reducir dependencias y esa enorme vulnerabilidad, Europa debería tratar de reemplazar a los 20.000 soldados que Estados Unidos desplegó al inicio de la crisis de Ucrania y que con toda probabilidad se irán moviendo (Washington ya ha retirado parte de Rumania), remarca un informe del Belfer Center de la Universidad de Harvard en el que ha participado como coordinadora la investigadora Daniela Schwarzer. “Una alianza que sigue siendo demasiado dependiente de Washington enfrenta el riesgo de ruptura. Una Europa que permanece sin una defensa adecuada podría sufrir una derrota militar, asestando un golpe a la seguridad y la prosperidad a ambos lados del Atlántico”, señala.