La bolsa que salvó bosques y ahogó océanos
Todos hemos vivido esa escena cotidiana en el supermercado: brazos cargados de leche, pan, galletas y ese paquete de detergente rebelde que siempre amenaza con escaparse. El cajero, con su sonrisa profesional, extiende 'la bolsa' hacia nosotros, esa maravilla ligera como una pluma, pero lo suficientemente resistente para soportar el botín completo de sin inmutarse. La agarramos por las cómodas asas y, una vez en casa, la depositamos en el contenedor de reciclaje.El resultado no es tan inocente: un fantasma plástico que tardará entre 400 y 1.000 años en degradarse por completo, flotando en océanos y engañando a tortugas marinas que lo ingieren al confundirlo con apetitosas medusas. Pero la verdadera historia de esta compañera inseparable de nuestras compras semanales nació como un héroe ecológico gracias a la serendipia y terminó convirtiéndose en el símbolo perfecto del consumismo descontrolado. Si imaginan que surgió de la mente de un genio malvado enfundado en bata blanca, prepárense para la sorpresa, porque su creador tan solo quería salvar árboles.El accidente químico que lo cambió todoLa aventura comienza en 1933 en una fábrica química bastante modesta de Northwich (Inglaterra). Un químico llamado Reginald Gibson se encuentra experimentando con etileno sometido a alta presión -un trabajo nada glamuroso enfocado en producir gasolina sintética para automóviles-. De pronto ocurre una reacción química imprevista que da lugar al polietileno, un plástico blanco, flexible, increíblemente barato y resistente como pocos. Los británicos etiquetaron al polietileno como 'Secreto de Estado' durante la Segunda Guerra Mundial, ya que servía para aislar radares enemigos y hacer flotar tanques en el Canal de la Mancha. Sin embargo, en la posguerra de los años cincuenta este material se convirtió en la nueva estrella industrial: impermeable, duradero y con un coste ridículamente bajo.En Suecia, la empresa Celloplast -especializada en celulosa para envolturas de papel- captó inmediatamente su potencial. Al frente del departamento de desarrollo estaba Sten Gustaf Thulin (1914-2006), un ingeniero alto, serio y con un bigote que evocaba a un vikingo contemporáneo. Thulin se rascó la cabeza y pensó: «¿Por qué no fabricamos bolsas con este plástico?». En aquella época los supermercados suecos consumían bosques enteros para producir bolsas de papel -hasta catorce millones de árboles al año solo en Suecia-. Thulin vio la oportunidad: una alternativa reutilizable y económica que detuviera la deforestación masiva. No era un visionario loco, simplemente un científico pragmático. Hay que aclarar que Thulin no inventó la bolsa de plástico desde cero, prototipos rudimentarios existían en Estados Unidos desde los años cincuenta en forma de tubos sellados manualmente. Eso sí, eran caros, frágiles y poco prácticos. Lo que Thulin consiguió fue producirlos a escala masiva.Ahora es cuando llega el momento estelar, el verdadero eureka accidental. Thulin experimentaba con tubos de polietileno ultradelgado (apenas 0,025 milímetros de grosor) con el único objetivo de fabricar bolsas industriales para fábricas. Pero cierto día un operario frustrado dobló un tubo plano para probar su resistencia... Al perforar los extremos se formaron asas naturales de forma espontánea. No fue un destello de inspiración divina, fue un proceso de extrusión, que expulsa el plástico fundido como una gigantesca pasta de dientes, generando un film continuo y flexible. Al sellar la base se perfora la parte superior y se crean las icónicas asas «loop handle» (de asa plana y reforzada), de forma que se consigue una bolsa de una sola pieza, sin costuras ni uniones débiles, capaz de soportar hasta veinte kilos de peso. Thulin patentó el método en 1965 en Suecia. Celloplast lo lanzó al mercado como Eco-Bag: un bolsa resistente, ligera y reutilizable hasta en treinta ocasiones. El éxito, como no podía ser menos, fue inmediato. Los supermercados suecos la adoptaron en cuestión de semanas, regalándola gratis a los clientes, que la reusaban como mochilas improvisadas. Se cuenta que Thulin siempre llevaba una bolsa doblada en el bolsillo.¿Fue pura casualidad? En gran medida sí, pero condimentada con un ingenio brillante. Como en toda buena historia que se precie no faltaron otros candidatos que se adjudicaron la invención. Entre ellos Stéphane Branly, quien creó bolsas con asas de cordón, pero de papel endeble, o inventores estadounidenses que patentaron tubos de embalaje, que requerían múltiples piezas y que, además, eran muy costosas. Thulin triunfó por su simplicidad revolucionaria: una máquina extrusora, un sello en la base y una perforadora en la parte superior capaz de producir mil bolsas por minuto a un coste de apenas 0,01 céntimos por unidad. Una verdadera revolución.De salvador de árboles a villano de los océanosLo que Thulin diseñó para durar siglos se transformó en un producto desechable masivo precisamente por su éxito arrollador. Las bolsas con asas eran baratas (apenas un pfennig en los años setenta) e higiénicas. Los supermercados empezaron a regalarlas como si fueran caramelos. En 1977 solamente en Estados Unidos ya se producía sesenta y cinco mil millones al año.MÁS INFORMACIÓN noticia Si De inyectar orina a ranas al test de embarazo doméstico que nació en la cocina de una publicista noticia Si Así esa verdadera 'piel' del Sol: cambiante, 'espumosa' y llena de púasDesgraciadamente, la serendipia se volvió en contra del invento, su durabilidad la convirtió en basura eterna. Las bolsas de plástico tardan entre 400 y 1.000 años en degradarse, liberando microplásticos que terminan en el cuerpo de los peces... y en nuestra cadena alimentaria. La ironía es mayúscula: Thulin detuvo la tala masiva de árboles -salvando millones- pero creó la peor plaga marina del planeta.

