La película más hermosa de Stanley Kubrick cumple 50 años: para rodarla tuvo que recurrir a la NASA
La estética lumínica de 'Barry Lyndon' es una de las más influyentes en el cine contemporáneo, pero en su tiempo supuso un auténtico desafío tecnológico.
En la primera entrega de Harry Potter, los protagonistas se sorprenden ante uno de los muchos hechizos que encantan el castillo: cuadros que se mueven. Su asombro habría sido menor, no si supiesen lo que estaba por venir, sino de haber visto una película estrenada hace justo 50 años, Barry Lyndon. Proyectada de nuevo en algunas salas de España para celebrar su medio siglo, Barry Lyndon es, quizá, lo más cerca que estará un director de pintar al óleo con una cámara.
La fotografía es obra de John Alcott, cuyo debut se produjo con La naranja mecánica. En esas circunstancias, no es de extrañar que Stanley Kubrick le confiase la labor más compleja en una película que, pese partir de una novela, es de naturaleza eminentemente visual. Su historia quizá no nos acompañe tanto tiempo como las imágenes que Alcott y Kubrick componen, aderezadas de una iluminación naturalista que mil veces intentaría replicarse sin éxito. Porque Barry Lyndon era una obra extraterrestre. Casi literalmente.
Kubrick y su odisea en el espacio
Que, tras filmar 2001: Una odisea en el espacio, el primer contacto de Kubrick con la NASA se produjese en un drama histórico no deja de tener su gracia. Eso, claro, si no eres de los creyentes en la teoría de que el alunizaje del Apolo 11 fuese la gran obra anónima de Stanley Kubrick. En ese caso, Kubrick recuperó el teléfono de la NASA de su agenda y les pidió un favor.
Desde el principio, Kubrick tenía muy clara la entidad de su proyecto: Barry Lyndon sumergiría al espectador en los grandes y decadentes salones de la nobleza. La sordidez de los personajes sería compensada paupérrimamente con la luz de las velas y los candelabros que decoraban el escenario. Una iluminación mínima que nada podía hacer para contrarrestar un mundo sombrío.
Sin embargo, y a diferencia de cuantos directores lo han precedido, Kubrick quería que su película “se viese”. Es decir, que los pábilos no dificultasen la visión del espectador. Para esto, necesitaba unas cámaras cuya tecnología excedía lo ofrecido por el mercado, pero, como era Kubrick, encontró la solución: seguro que en la NASA tenían algún juguete que aún se mantuviese fuera de circulación y pudiera servirle. Así era: en los sesenta, (óptico de fama mundial cuyo apellido te sonará por los objetivos a las que dio nombre) .