Lo que aprendimos de televisión en 2025
La tele en España de 2025 en 1.111 palabras exactas.
2025 ha sido el año en el que constatamos que no era una sensación, es cierto: el corazón como lo conocimos no interesa en el público contemporáneo**.** Ya no cotilleamos todos sobre los mismos famosos. Las redes sociales nos suministran ídolos casi ‘a la carta’. Pero, en cambio, sí compartimos todos a los mismos políticos. Así que las dinámicas del cuchicheo nacional se han trasladado perversamente a los programas de actualidad. Sobre todo cuando pasamos, sin apenas darnos cuenta, de espectadores críticos a hinchas.
Nos posicionamos con los contertulios políticos casi como Jesús Mariñas y Karmele Marchante en Tómbola. Tanto que celebramos o criticamos las cadenas según el vínculo con la línea ideológica que pesa en nuestra imagen sobre ellas. Peligroso para el consumo audiovisual, pues mientras se acumulan creyentes sometidos a una ideología en la cuota de pantalla de un canal se va expulsando a los espectadores mayoritarios de la tele tradicional, que son los que buscan producciones que les inspiren y no solo calienten cabezas. Que para eso solo hay que entrar en X.
De ahí que, si analizamos las parrillas, los programas que perseveran afianzados en la rutina del público son los que rompen techos de afinidad porque nos reúnen como sociedad. La complicidad de Karlos Arguiñano, La Ruleta de la Suerte, Pasapalabra, La Promesa, Aquí la tierra, Saber y Ganar, El Grand Prix, Tu cara me suena… La fidelidad que no suele fallar, cuando el entretenimiento es como una plaza pública donde nos encontramos todos y en la que existe un constante intercambio generacional.
Una tele de éxito que siempre comparte un mismo denominador común: la autoría. Se trasciende con creadores que impregnan de personalidad a los programas. Sean comunicadores y, también, realizadores, guionistas, directores… Ahí, esta temporada, ha destacado Andreu Buenafuente y su Futuro Imperfecto. Con especial mención a la realización de Taida Martínez. Un programa que hubiera sido etiquetado como minoritario hace solo unos años y nos ha rejuntado frente al televisor por su ingenio sereno como antídoto a la hiperconexión digital que nos rodea. En su escenario, ha destacado Petite Lorena, Raúl Cimas y Silvia Abril, que se estrenó adelantándose a la susceptibilidad de Melody: "una diva es pesada, pegajosa, se pasa todo el día interrumpiendo famosas". Modus operandi para arrasar en TikTok, desde luego.
Y, por supuesto, la autoría también es el cimiento de los dos pilares estructurales para La 1 y Antena 3 (junto Pasapalabra): David Broncano y Pablo Motos, dos programas de entretenimiento con una mirada propia aplastante que la polarización social que vivimos los ha aupado y, a la vez, enfrentado. Esa polarización, con la llegada de David Broncano a TVE en 2024, también sirvió para que un gran público de izquierdas, que se sentía huérfano de una televisión que hablara su idioma por un fallo de cálculo de la mayoría de los operadores, se haya sentido identificado con La 1 e incluso cierre filas haga lo que haga La 1.
Lo vimos cuando llegó La familia de la tele. ¿Lo recuerdan? Olvidamos fácil. Los de Sálvame se instalaron con un desfile en la televisión pública y la propuesta causó rechazo. La humildad siempre es un plus en televisión y, como en la vida, hay que saber gestionar las expectativas para que no provoquen un efecto boomerang. También el estreno del programa recordó que la mejor improvisación es la que está muy ensayada. Aquí, en cambio, no había una fórmula definida en contenido. Como si hubieran interiorizado que con su presencia bastaba para triunfar. El ruido del fandom tuitero ayudó a creérselo. Otro aprendizaje: las redes sociales animan sensaciones artificiales que suelen ser muy diferentes a la realidad de la calle. Y la tele es saber leer la calle. Como hace Arguiñano mientras echa perejil al guiso.
Y, entre todo este vaivén, Telecinco se ha quedado fuera de juego en la conversación social. Está en tierra de nadie, que servía de subtítulo para algunas de las emisiones de Supervivientes, único programa, junto a La isla de las tentaciones, que les sigue funcionando. Somos contradictorios: en Mediaset quieren ser más familiares, pero no saben salir del barro de la misma tele-realidad e idénticos famosos, que han agotado de tanto estirar sus dimes y diretes. Como broma del destino, el que mejor ha funcionado últimamente es el que podía ser una hiperbólica parodia de todos los despechos de Telecinco de los últimos 20 años: Montoya.
Pero hemos superado las celebrities prefabricadas del reality. Estamos inmunes a sus conflictos. Los vemos venir de lejos. Aunque, este 2025, también ha dejado claro que conectamos hasta el fondo con los referentes de la cultura con los que hemos crecido. Los artistas con talento que nos emocionaron. Y nos sentimos implicados con los giros de su vida, que es tan distinta y, a la vez, tan igual que la nuestra. La oreja de Van Gogh, Andy y Lucas, Los Javis. Queremos historias. Historias reales tras años en los que nos han cebado mucho humo hacia ninguna parte.
En este sentido, el público premia producciones más concretas, más cortas, que concilien horarios. Por eso mismo, festeja las ficciones que exploran cómo somos hoy y cómo fuimos ayer, desde una conciencia crítica actual que no teme la sabia mordacidad: Poquita Fé, Furia, Ena…
Porque sí: la audiencia masiva vuelve a tele cuando hay ideas que nos descubren, que nos ilusionan, que nos retratan. El problema es que estamos en una civilización que ha naturalizado la venta por encima de la calidad del contenido, también en los medios de comunicación, lo que nos arrastra a simplificarnos en blancos o negros que pueden expulsar al espectador más transversal. Un espectador reticente que vuelve a la tele cuando ejerce toda la compañía que no cabe en un meme histriónico. Esa compañía que o nos inspira o nos evade de la monotonía. O las dos virtudes juntas, que se logran mejor gracias al trabajo en equipo que representa a la tele y que es su gran distinción sobre los inputs instantáneos de las redes. La creatividad que nos estimula y nos saca del debate nonstop de estridencias que abrevian nuestra curiosidad y nos terminan atrincherando. Si la tele aporta lo mismo que los bullicios de la viralidad, quedará diluida. Si intenta ir más allá de lo previsible, nos reencontraremos con ella. Marcará agenda social como antaño. Porque necesitamos ideas con sus empatías. Necesitamos la diversidad hecha alegría porque nos abre la mente. Necesitamos coger aire con más imaginación y menos traficantes de la demagogia. Aunque los dueños de los algoritmos nos animen a lo opuesto.