Lo que hace que merezca la pena
Todos deberíamos ser capaces de rellenar un cuaderno con argumentos para convencernos del valor de la vida
La primera vez que el padre del escritor Gueorgui Gospodínov estuvo a punto de morir, le confesó a su hijo que, de todos modos, ya no tenía muchas ganas de seguir viviendo. Años después, comprendió que lo decía para consolarle, pero en aquel entonces, decidido a darle a su padre una lista de argumentos irrebatibles para devolverle las ganas, escogió un cuaderno para anotar todo aquello por lo que merecía la pena seguir vivo.
Lo cuenta Gospodínov en uno de los mejores libros publicados este año, El jardinero y la muerte, editado en Impedimenta. El cuaderno acabó vacío. Su padre consiguió esquivar a la muerte y no hizo falta convencerlo de nada. Las ganas de vivir volvieron de inmediato en cuanto pudo salir del hospital y regresar a casa y a su jardín. Pero, durante un tiempo, mientras el padre se sometía a pruebas y a sesiones de quimioterapia, el hijo fantaseó con todo lo que escribiría allí.
¿Qué hace que la vida merezca la pena? Gospodínov tenía algunas cosas claras. Anotaría, en primer lugar, a la familia. A su madre, su hermano, sus sobrinos y a él mismo. También el cordero asado con hierbabuena, el plato estrella del Día de San Jorge, la festividad búlgara favorita de su padre. Y, como amaba tantísimo a su jardín, Gospodinov pensó en incluir en aquel listado un sinfín de acontecimientos botánicos: la floración de los tulipanes holandeses y las campanillas blancas, la de los cerezos, y la aparición de los primeros tomates en julio.
Diecisiete años después, el padre de Gospodínov volvió a enfermar. Aquella vez fue la definitiva. Al recibir el diagnóstico, tenía los días contados y acabó muriendo antes de navidad. Aun así, trató de negociar una prórroga con el médico. Cuando supo que le quedaba poco, le preguntó si viviría hasta el Día de San Jorge. Le habló de la familia reunida, la mesa festiva, el delicioso cordero con hierbabuena. El médico no contestó. Comprendido el mensaje, preguntó si podría, al menos, oír el canto del cuco. El doctor quiso saber cuándo era eso. El hombre le respondió que a principios de abril. Gospodínov escribe que, en ese momento, entendió perfectamente a su padre regateando una primavera más, sólo una, para volver a ver su jardín florido. ¿Quién no se sentaría a negociar por tener una última primavera?
Es poco probable llegar a la edad adulta sin haber aprendido que la vida puede ser un lugar hostil, injusto, terrible. Y, aun así, creo que todos seríamos capaces de rellenar cuadernos con motivos para convencer a uno de los nuestros de que la vida vale la pena.
Empezaríamos por el nombre de aquellos a los que queremos. La familia, los amigos. En mi lista añadiría algunos recuerdos. Mi abuelo esperándome en la puerta del parvulario. La risa de mi abuela, la manera en la que cerraba los ojos y se reía para adentro cuando algo le parecía realmente gracioso. Las manos regordetas de mis hijos, su lengua de trapo, la sonrisa mellada.
Habría que continuar con lo vivido. Una infancia feliz, la suerte de llegar a la adolescencia sin demasiadas amarguras, cumplir la mayoría de edad convencida de que serás tú la que cambiarás el mundo y no al revés.
Una lista de motivos para aferrarse a la vida incluiría los viernes por la tarde, el primer día de vacaciones, los viajes de ida. La alegría de dormirse de niño sabiendo que al día siguiente es tu cumpleaños. Las mañanas de reyes. El olor a pan caliente, a café o el de la casa en la que creciste. Los veranos. Los atardeceres. El aire que mueve las cortinas en una siesta de agosto. Enamorarse. El momento exacto en el que comprendes que le gustas a la persona que te gusta. Los primeros besos, aunque sean torpes. Corrijo: sobre todo si son torpes.
Leer los libros que serán tus favoritos. Las librerías. Las películas que te hacen salir del cine alucinada. El episodio 11 de la quinta temporada de Friends. La música. Las canciones que escuchas en bucle. Ir en coche y que suene la canción perfecta. Hacer una playlist para una amiga y obsesionaros juntas. Robe cantando: “Del tiempo perdido / en causas perdidas / nunca, nunca me he arrepentido / ni estando / vencido / cansado / prohibido”.
La primera persona a la que llamas cuando tienes una buena noticia. Hacer amigos nuevos a partir de los 30. El mar. Las buenas conversaciones. Los ataques de risa. Oír a alguien hablar en tu lengua materna estando muy lejos de casa. El queso, el chocolate, los helados, los higos. Ser capaz de dejar de fumar. Algunas noches en vela. Poder dormir hasta que te hartes.
Que el médico diga que es benigno. Cuando deja de doler. Que los malos no se salgan con la suya. Tener una causa por la que luchar. Perder el miedo. No ser, como decía Gloria Fuertes, un asco padre de persona.
La mañana del 1 de enero. Cuando todo es posible todavía. Imaginar todo lo que harás, aunque no lo hagas nunca.