Martin Wolf, comentarista jefe del 'Financial Times': «Hay un riesgo real de que las democracias dejen de funcionar»
Martin Wolf (Londres, 1946) es una de las voces más influyentes del pensamiento económico contemporáneo. Comentarista jefe del 'Financial Times', su mirada lúcida sobre las transformaciones del capitalismo ha marcado el debate global durante cuatro décadas. Su libro 'La crisis del capitalismo democrático' (Ed. Deusto, 2023) se ha convertido en una referencia para entender cómo las fracturas sociales y económicas han alimentado el malestar político. Tiene la deferencia de conceder a ABC una hora de conversación durante una fugaz visita a Madrid, para intervenir en un ciclo de conferencias organizado por la Fundación Naturgy e IESE Business School.Noticia Relacionada estandar Si Alejandra Kindelán, presidenta de la Asociación Española de Banca: «Europa exporta 300.000 millones de ahorro que debemos retener aquí» John Müller Defiende que la clave para que Europa gane competitividad no es más regulación, sino simplificar normas, culminar la unión bancaria y crear un ecosistema financiero más atractivoUsted sostiene que democracia y capitalismo son gemelos simbióticos. ¿Cuál representa hoy la mayor amenaza para el otro?Ambos son una amenaza mutua. Pero diría que, en este momento, la deriva de nuestras democracias, marcadas por el populismo, supone un riesgo mayor para el capitalismo que a la inversa. El populismo –sobre todo el de derechas– socava los fundamentos de una economía capitalista: el Estado de derecho, la seguridad de los derechos de propiedad, un gobierno no corrupto. Lo vemos con claridad en Estados Unidos bajo Donald Trump. Pero, antes de eso, fue el propio desarrollo del capitalismo el que minó a la democracia. La desindustrialización, la desigualdad, la deslocalización y los cambios sociales de las últimas décadas erosionaron la fe en el sistema democrático. La crisis financiera, que fue consecuencia directa de la desregulación, destruyó lo que quedaba de confianza. Entramos así en un círculo vicioso: el capitalismo fracasó, la democracia reaccionó con populismo y el populismo, a su vez, amenaza el capitalismo.Si tuviera que escribir hoy 'La crisis del capitalismo democrático 2.0', ¿qué capítulo añadiría?En cierto modo lo he hecho. He escrito un nuevo prefacio y lo que advertí entonces ha ocurrido más rápido y más peligrosamente de lo que esperaba. El regreso de Donald Trump y la expansión del populismo en Europa y Asia están debilitando los fundamentos constitucionales de las democracias liberales. Es un proceso de desinstitucionalización. Hay un riesgo real de que la república deje de funcionar. Lo inquietante es que esto ya no ocurre solo en democracias frágiles, sino en Estados consolidados. Por eso digo que el riesgo de que nuestras democracias dejen de funcionar plenamente es hoy real. Todo lo que escribí en 2022 es hoy más urgente. Corremos el riesgo de un deterioro institucional irreversible.Usted es economista y un periodista estudioso. ¿Qué papel cree que desempeña la guerra en la configuración del mundo?La guerra me parece un fracaso endémico de las sociedades humanas. Desde un punto de vista económico, es un proceso de suma negativa: empobrece a la gente y la hace menos feliz. Cada guerra refleja un fracaso político, el hecho de no haber conseguido un acuerdo donde todos ganaran más que con el conflicto. La guerra civil, dentro de los países, también lo demuestra: es un colapso de la cooperación. La economía, cuando funciona, es un sistema que permite acuerdos sin violencia, mediante instituciones. Pero la cooperación es difícil. La guerra nos recuerda lo frágil que es ese equilibrio. Una vez que estalla, el cálculo racional desaparece. Es un fracaso permanente de la civilización.En el prólogo de su último libro habla del poder analítico del pesimismo. ¿Qué le ha enseñado?Me ha enseñado que todo es posible, incluso lo que uno no quiere creer. Es cobardía esconder la cabeza y fingir que algo no puede suceder. Hay que enfrentar la posibilidad de que ocurra y actuar para evitarlo. En mi caso, escribo, advierto, trato de persuadir. El pesimismo es una forma de realismo. No es pesimismo construir edificios antisísmicos si vives en zona de terremotos. De igual modo, si vives en una democracia, debes entender que puede ser subvertida. Ha pasado antes y puede pasar ahora.Ha dicho que China y Estados Unidos actúan como superpotencias depredadoras. ¿Está Occidente atrapado entre ambas o contribuye a su propio declive?Estados Unidos está destruyendo parte del orden que él mismo creó: el sistema liberal internacional. Trump cree que ese orden ya no le conviene y trata a sus aliados como enemigos, dividiendo a Occidente. Eso ha dejado a Europa –y también a Japón, Corea, Australia o Nueva Zelanda– en el limbo: sin saber cómo organizarse. Mientras tanto, China ha emergido como una superpotencia autocrática, más autoritaria bajo Xi Jinping que bajo Deng Xiaoping, y usa su poder económico como arma. Tenemos, pues, una guerra civil dentro de Occidente y un desafío exterior desde China. Europa vive una crisis de orientación: no sabe cómo responder ni cómo cooperar. Y lo entiendo, porque el mundo ha cambiado drásticamente.«El mundo ha cambiado drásticamente» «Tenemos una guerra civil dentro de Occidente y un desafío exterior desde China. Europa vive una crisis de orientación: no sabe cómo responder ni cómo cooperar»En este contexto, usted sostiene que la Unión Europea debe aprender a pensar como una potencia. ¿Puede hacerlo sin renunciar a su Estado del bienestar?Podría, pero tal vez tenga que renunciar a partes de él de todos modos. Europa prometió un gran Estado del bienestar tras la Segunda Guerra Mundial, y en muchos aspectos ha funcionado muy bien. Por ejemplo, los europeos tienen mejores servicios médicos y más baratos que los estadounidenses. No hay razón para renunciar a eso. Sería ridículo. Pero la demografía lo ha cambiado todo: en los años cincuenta nadie imaginaba la longevidad alcanzada y una caída tan prolongada de la natalidad . Tampoco se esperaba que el crecimiento económico se redujera al 1%. Eso hace insostenibles algunas promesas. Gastaremos más en sanidad, en pensiones, en cuidados a mayores. Y el coste de los servicios crece porque es difícil automatizarlos. Así que habrá que elegir: o subimos impuestos -ya altísimos en algunos países- o recortamos compromisos. No creo que se pueda eliminar el Estado del bienestar, sería absurdo, pero sí habrá que revisar su generosidad. La política europea se ha convertido en un juego de suma cero.¿Sigue siendo el sur de Europa el eslabón débil del euro?Cuando se observa la economía europea, las diferencias se han reducido. España, Italia, Francia, Alemania o el Reino Unido comparten problemas similares: bajo crecimiento, envejecimiento y debilidad tecnológica. Alemania era muy industrial, pero esa ventaja se ha reducido por la competencia china. En tecnología, todos los grandes países europeos son débiles. Así que el sur de Europa ya no es especial: Alemania y Francia se parecen cada vez más al sur. En ese sentido, hay una convergencia en la fragilidad del crecimiento. En general, todos los países desarrollados, incluido Estados Unidos, tienen hoy un crecimiento más lento que hace 25 o 30 años. Se trata de una ralentización vinculada al envejecimiento, al hecho de que la productividad crece en pocos sectores y a la dependencia de los servicios a medida que nos hacemos más ricos. El sector servicios es muy difícil de transformar y aquí surge una gran incógnita: ¿cuál será el impacto de la Inteligencia Artificial? Si logra impulsar la productividad, podría reactivar el crecimiento. Pero también provocaría una enorme disrupción social que afectaría a todos por igual. Así que mi conclusión es que creo que lo que estamos viendo es una convergencia sustancial en los problemas. Ya no hay ningún actor destacado, excepto el sector tecnológico en Estados Unidos. Y eso es algo especial.Si el siglo XXI es el punto de inflexión de la historia, ¿qué fuerzas decidirán en qué dirección se inclinará?Cinco al menos. Primero, el mundo se mueve hacia una era que Occidente no puede dominar. Su declive frente a Asia es innegable. Allí vive la mitad de la población mundial, en Occidente apenas un 13%. El desplazamiento del poder económico es inevitable. Segundo, el medio ambiente: en los próximos cien años decidiremos qué tipo de planeta tendremos. El tercer gran desafío es político: pensábamos que el futuro sería democrático, pero hoy eso ya no está claro. Podríamos entrar en una era de dictaduras. Cuarto: ¿podremos mantener las democracias del bienestar? Y, finalmente, la transformación tecnológica: ¿nos ayudará o nos destruirá? Todas estas fuerzas combinadas pueden llevarnos a futuros muy distintos, desde lo horrible hasta lo prometedor.Otros dos factores que están cambiando el mundo son el nuevo poder de las mujeres y el regreso de la energía nuclear. ¿Qué opina?El auge de las mujeres es, sin duda, uno de los hechos más importantes de mi vida. Si la democracia liberal sobrevive, será inclusiva, y las mujeres tendrán voz plena. Pero si avanzamos hacia la autocracia, veremos sistemas masculinos, militares, basados en la fuerza . La misoginia forma parte del autoritarismo, como se ve en Estados Unidos con la restricción del aborto. Por eso creo que el destino de la democracia y el de las mujeres están vinculados. En cuanto a la energía nuclear, representa el otro extremo: el poder destructivo. Una guerra nuclear total podría acabar con la civilización. Aunque la probabilidad anual sea baja, con el tiempo se vuelve probable. Estamos perdiendo la lucha por el desarme; los arsenales crecen. Es un peligro enorme.«La misoginia forma parte del autoritarismo. Por eso creo que el destino de la democracia y el de las mujeres están vinculados»Algunos países como Japón o Corea del Sur podrían querer sus propias armas nucleares en las próximas décadas.Sí, y quizás también Indonesia o Brasil. Si la UE decidiera convertirse en una potencia militar más eficaz, podría considerar necesario un arsenal nuclear propio. Podría apoyarse en la fuerza francesa, pero ampliar sus ojivas. Eso nos llevaría a un escenario distinto y muy peligroso.Estamos viviendo un segundo mandato de Donald Trump, dónde este ha cambiado algunos hábitos a la hora de aplicar las normas. Algunos sostienen que el derecho consuetudinario es más frágil ante el populismo que el derecho positivo que no dejaría margen a interpretaciones populistas. ¿Está de acuerdo?No soy experto en Derecho Civil continental, pero la historia europea no demuestra que los sistemas positivos impidan las dictaduras. Ha habido muchas. En última instancia, todo depende de la obediencia: de si quienes tienen poder coercitivo -el ejército, la policía, los servicios fiscales- deciden obedecer o no al gobernante. Si lo hacen, la ley no los detendrá. Hitler llegó al poder en Alemania, un Estado de derecho, porque todos le obedecieron. Lo que mantiene una democracia es el compromiso de las élites en resistirse al abuso. Y eso depende de valores, no de normas escritas. Las instituciones reflejan los valores de quienes las integran. Si un líder ordenara disparar contra la población, lo decisivo no es la ley, sino la moral de quienes deben obedecer. En última instancia, la democracia liberal se sostiene sobre un conjunto compartido de valores sobre cómo se ejerce el poder. Si esos valores desaparecen, ninguna ley la salvará.¿Qué opina de que líderes autoritarios como Xi Jinping o Vladímir Putin se preocupen por la inmortalidad?Es la forma definitiva de egocentrismo . Según tengo entendido, varios líderes y algunos multimillonarios estadounidenses, como Elon Musk, coquetean con la idea de vivir para siempre. Es la máxima expresión del egoísmo vanidoso. Demuestra que son personas desequilibradas que no aceptan la condición humana ni la realidad de la mortalidad. Sí, da miedo morir, todos tememos la muerte, pero precisamente saber que no viviremos eternamente hace que la vida sea valiosa. Estas personas dicen: «Queremos ser poderosos para siempre», y reclaman la posición de los dioses. Es un retorno a las aspiraciones faraónicas o imperiales, y lo encuentro abominable e incompatible con la democracia.¿Debemos morir?Debemos morir y es justo que muramos.¿Desear la inmortalidad es una forma de arrogancia?Es puro egoísmo. La creencia de que lo único que importa es uno mismo para siempre. Va más allá de la arrogancia; es megalomanía en su forma más extrema. Y, por supuesto, es imposible. Incluso si vivieran diez mil años, seguiría siendo un abrir y cerrar de ojos en la historia del universo. Nadie vive para siempre. Ni siquiera las estrellas.

