Ucrania, lectura militar tras un año aciago
Rusia mantiene la iniciativa estratégica, pero no doblega a un enemigo que se duele pero no se rompe
Todos los actores implicados en la guerra en Ucrania dicen desear la paz. Una paz que cada uno entiende a su manera y que nada indica que vaya a llegar como resultado de una victoria o derrota decisiva en el campo de batalla, sino por vía negociada. El dato que mejor lo ejemplifica es el hecho de que, a pesar de su evidente superioridad de fuerzas, en el año que termina Rusia tan solo ha sido capaz de añadir unos 6.000 km² (el 1% de Ucrania) al territorio que controlan directamente sus tropas. Y todo ello al coste de unas 400.000 bajas, entre muertos, heridos y desaparecidos.
Casi cuatro años después del inicio de la invasión, con Rusia en plena economía de guerra y con Ucrania al límite de sus capacidades, lo ocurrido en 2025 proporciona suficientes señales para vislumbrar cómo puede evolucionar la situación a partir de aquí en el terreno militar. Es evidente que Rusia sigue manteniendo la iniciativa estratégica, pero también lo es que carece de medios suficientes para doblegar la voluntad de defensa de un enemigo que se duele, pero no se rompe.
En el plano demográfico, Moscú parece haber tocado techo en cuanto a su capacidad para movilizar más recursos humanos, con unos 600.000 efectivos en primera línea de combate y una media de unos 35.000 nuevos reclutados cada mes, lo que apenas le permite mantener el mismo volumen de tropas implicadas actualmente en la invasión. Aun contando con el férreo control que Vladímir Putin ejerce sobre su población, el desgaste de la guerra le impide ir más allá en el reclutamiento forzoso, y tampoco parece que las condiciones económicas terminen por convencer a muchos rusos para alistarse voluntariamente. Por su parte, Ucrania, que hoy mantiene un contingente de unos 600.000 efectivos embebidos en la batalla, no ha podido cumplir con sus planes para este año de sumar 300.000 más a sus filas. En realidad, con un alto nivel de deserciones y sin poder contar con los que han decidido salir del país, apenas ha podido llegar a los 200.000, lo que augura aún más problemas para mantener las líneas de defensa actuales y hace impensable el lanzamiento de una ofensiva general para dar vuelta a la situación.
En términos tácticos tampoco cabe prever grandes novedades una vez que ambos ejércitos han pasado a atrincherarse, dejando atrás las operaciones de maniobra a gran escala. Ante la enorme pérdida de material blindado, Rusia ha modificado sus operaciones terrestres, reduciendo el empleo de carros de combate y de vehículos blindados de infantería, y optando por realizar muchas de sus acciones de ataque con tropas menos protegidas; expuestas, por tanto, a mayores bajas humanas. De ese modo, buscando el colapso ucranio mediante constantes ataques en los 1.200 kilómetros del frente, Rusia no tiene reparos en enviar más carne al matadero por el tiempo que sea necesario.
Mientras tanto, el protagonismo de los drones se ha hecho aún más evidente, acelerando hasta el extremo el ciclo OODA (Observación, orientación, decisión y actuación), tratando de adelantarse al enemigo antes de ser eliminado, y todo indica que así será también en 2026. En cualquier caso ―y sin olvidar que el fracaso de esos ingenios ronda el 60%, lo que obliga a contar con una gran cantidad de medios para reiterar esfuerzos―, su uso depende de la capacidad industrial de ambos contendientes. Actualmente Kiev ya es capaz de cubrir el 40% de sus necesidades materiales en defensa con su propia industria, en una tendencia que apunta a que la ayuda de sus aliados, más que a suministrarle material, irá más orientada a mejorar financiera y tecnológicamente su capacidad productiva. En sentido contrario, Moscú, atacando diariamente con drones (produce unos 10.000 mensualmente) y misiles (con una producción mensual de unos 70 de crucero y unos 60 balísticos), busca llevar a su enemigo al punto en el que su producción no baste para neutralizar tantos objetivos.
Quizás lo más sorprendente en el terreno militar es que, sin disponer de una flota de guerra, Ucrania haya logrado desbaratar el despliegue naval ruso en el mar Negro, golpeando tanto a sus buques de guerra como a su extensa flota fantasma. Y lo mismo cabe decir, sin contar con superioridad aérea, de la decisión de Zelenski de atacar ya sin límites objetivos en profundidad en suelo ruso (se contabilizan unos 400 ataques en 44 de las 83 regiones de Rusia). Esto evidencia que Kiev ya no se siente constreñido por la presión de sus aliados ante el temor de una escalada rusa que podría traspasar el umbral nuclear, y que cuenta con sus propios medios (como quedó de manifiesto en junio con la Operación Telaraña), incluyendo los misiles crucero FP-5 Flamingo y los balísticos 1KR1 Sapsan, para forzar a Moscú a repensar su apuesta belicista.
Cabe esperar, en consecuencia, que en algún momento tantos unos como otros entiendan que no les queda más remedio que negociar en serio, sabiendo en todo caso que Ucrania será el más damnificado. Hasta entonces solo queda por ver dónde quedará la Unión Europea.