Un apego excesivo a los animales podría perjudicar la salud mental en la vejez, según un estudio
Lejos de la imagen simple del ‘perro que cura la tristeza’, la investigación apunta hacia una comprensión más rica y realista.
Durante décadas, la psicología ha tratado de descifrar cómo afecta a nuestra salud mental el vínculo que establecemos con nuestros animales. La idea de que convivir con un perro o un gato tiene un efecto balsámico, casi terapéutico, el conocido ‘efecto mascota’, se ha instalado en el imaginario colectivo con tal fuerza que cuesta imaginar una relación más sencilla. Algunos estudios han mostrado que vivir con un animal se asocia a menor soledad, menor estrés e incluso menor riesgo de suicidio. Otros, en cambio, dibujan un escenario más complejo en el que no todos los componentes del vínculo tienen los mismos efectos y en el que un apego muy intenso puede, bajo ciertas circunstancias, pasar factura emocional.
Esa complejidad se ha reforzado con un trabajo reciente que ha analizado en profundidad la relación entre la convivencia con animales, el estilo de apego hacia ellos y la evolución de la salud psicológica en personas mayores. A lo largo de más de siete años, un equipo encabezado por Erika Friedmann y Nancy Gee siguió a 596 adultos de Baltimore, Estados Unidos, de 50 años en adelante, midiendo periódicamente síntomas de ansiedad, depresión, felicidad y bienestar psicológico. Los resultados son llamativos porque confirman parte del relato tradicional, convivir con una mascota aporta beneficios, pero al mismo tiempo derriban un supuesto clave, y es que esos beneficios no vienen necesariamente del apego intenso al animal. De hecho, en algunos casos ocurre justo lo contrario.
El desafío, por lo tanto, no es decidir si los animales mejoran o no nuestra salud mental, sino comprender qué piezas de la relación actúan como apoyo, cuáles pueden actuar como lastre y cómo se encaja en el modelo biopsicosocial que explica la salud humana como resultado de la interacción entre factores biológicos, psicológicos y sociales. Para arrojar luz sobre este puzzle, otro equipo, dirigido por Katherine Northrope en La Trobe University, Australia, revisó 130 estudios publicados entre 1983 y 2024 sobre el apego humano-animal y salud mental. La conclusión es que la literatura académica es rica, creciente y profundamente contradictoria, lo que explica por qué este último estudio ha despertado tanto interés.
Lo que ha medido el estudio
El trabajo longitudinal en Baltimore partía de la premisa de que . Las personas pueden adoptar, perder o dejar de convivir con una mascota a lo largo del tiempo, y esos cambios deben incluirse en el análisis. Por eso registraron no solo la historia de convivencia con animales, sino también el nivel de apego hacia ellos y la frecuencia de actividades específicas, como pasear al perro.