Una Navidad al raso en Gran Vía: «Aquí siempre hay gente paseando»
Cuando parece que la Navidad invita más que nunca a consumir , uno transita la Gran Vía de Madrid y los letreros iluminados de las tiendas arrebatan miradas con la osadía del que se sabe ganador. Ocultos por el tránsito urgente e ineludible del centro permanecen sentadas y casi siempre sumidas en el mutismo vidas que se desarrollan bajo cielo. Aunque el sinhogarismo en la capital se ha reducido un nueve por ciento en el último año, se consolida en espacios a la vista de todos. Centro es el distrito con mayor número de personas viviendo en la calle, seguido por Arganzuela, según datos del Ayuntamiento de Madrid a través del seguimiento de los Equipo de Calle. El perfil habitual son personas de entre 46 y 55 años, que se instala en zonas como la Gran Vía por presentarse ante ellos como un remanso de seguridad. Saben que, ante cualquier sensación de peligro, siempre habrá testigos. Al menos, así lo sienten Emilia y Florín, una pareja de origen rumano cuyas vidas transcurren entre el ir y venir de pisos de conocidos y la calle. Llegaron a España en el 2000 y pasaron catorce años en la misma vivienda hasta que a él se le acabó el contrato y les echaron por no pagar las facturas. Noticia Relacionada estandar Si Una luz para apagar la lacra de las mujeres sin hogar Isabel Gutiérrez Rico Perder la casa y vivir de prestado. Efectos que golpean a quienes sufren violencia de género. En Madrid, el programa LuZiérnagas guía a las víctimas para recuperar sus vidasTras pernoctar durante un tiempo en Carabanchel Alto, decidieron trasladarse al centro. «La policía pasa asiduamente y hay gente que transita hasta las tres o cuatro de la madrugada. Y cuando se hace de día, comienzas a ver de nuevo a paseantes. Por una parte estás seguro, pasando la policía. Además, la perra ladra si se acerca alguien. Es la vida de la calle », cuenta Florín. Las personas sin hogar prefieren pernoctar en calles céntricas porque les aporta seguridadDe las 1.015 personas en situación de calle que contabiliza el ayuntamiento en su último recuento, la mayoría son hombres. El 86% contrasta con el 14% de mujeres , un colectivo vulnerable debido a la exposición a sufrir violencia de género. Por ello, se han convertido en el objetivo de muchas campañas . En la calle, es frecuente encontrarlas acompañadas, como es el caso de Emilia, que apenas habla. Ella deja que él sea el interlocutor, tan solo asiente y observa con sus abismales ojos azules.Su perro Emi, con un abrigo naranja, es arropado entre los brazos de Florín mientras ella le da besos. Ellos dos, asegura, son lo que le mantiene con esperanza. «No estoy con carteles, los que quieren dejar algo, lo hacen. Nadie me molesta y el personal de aquí nos conoce», asegura refiriéndose a los restaurantes cercanos, que muchas veces les ofrecen comida.Un grupo de personas hace cola frente a una administración de lotería junto a un hombre sin hogar TANIA SIEIRAReticencias a la intervención social«En los últimos meses se ha constatado que las personas en situación de calle están pernoctando en puntos más céntricos y visibles. Eligen zonas con tránsito y afluencia de personas porque refuerza su sensación de seguridad », aseguran fuentes del Área de Políticas sociales, Familia e Igualdad del ayuntamiento. Cuentan que pasan frecuentemente a ofrecerles los servicios disponibles, pero que no siempre es fácil llegar a ellos. «En algunos casos se encuentran reticencias a iniciar ese proceso de intervención social que, como marca la Ley de Servicios Sociales de la Comunidad de Madrid, debe ser aceptado de forma voluntaria », sostienen.Aunque en invierno el frío se apodera de ellos, Ion rechaza ir a los centros disponibles por temor a ser separado de su perra Ronda. También asegura que nadie se ha acercado a él para ofrecerle servicios públicos. « No pasa nadie por aquí », cuenta con una palpable sensación de abandono. «La familia está cuando tienes dinero. No tengo nada, solo a ella, mi niña. Es mi hija», dice mientras recoloca sobre ella una gruesa manta.Ambos llevan casi cinco años viviendo sobre el asfalto de la Gran Vía de Madrid. En su caso, la elección no es cuestión de seguridad sino de conocimiento. No puede moverse de esta calle porque sus ojos no se lo permiten, una neblina difumina su pupila derecha. Tiene un 85% de ceguera y, aunque lleva veintiocho años en España, la capital más allá de esta céntrica calle se ha convertido en un misterio. No reconoce nada más, su vida planea entre el recuerdo de su Rumanía natal y el rincón del que apenas se mueve desde que se quedó sin hogar.Ion junto a su perra Ronda tania sieiraTras varios años de naufragio sobre los mismos adoquines, él también ha advertido el crecimiento de gente sin hogar en Gran Vía. Muchos de ellos, asegura Ion, con adicciones . «Hay tantas personas por esta calle que piden para drogarse, para tomar alcohol. Luego hay personas como yo que están buscando un trabajo. Pero no le importa a nadie», denuncia. Atrapados por el frenesí navideño, pocos se acercan a ofrecerle una ayuda en forma de monedas. Con este crecimiento, también ha aumentado el número de animales . Dice que «otros años por aquí no había ninguno y ahora han llegado con gatos, perros y con tantos animales. Hay personas con pitbull y rottweiler por la calle».1.015 son las personas en situación de calle contabilizadas por el ayuntamientoEn su último trabajo, su sueldo no alcanzaba los 600 euros al mes trabajando «jornadas de 24 horas», según cuenta a este periódico. Decidió que aquello no era vida y que prefería las vicisitudes de vivir sin un sustento seguro. Ahora no sabe cómo volver a retomar su vida anterior, sin una habitación en la que adecentarse para aplicar a trabajos. Fue cocinero, tripulante de la marina militar, portero, secretario y otras tantas cosas que pertenecen ya a un pasado que, a través de numerosos carteles en los que solicita trabajo o comida, trata de convertir en presente. «El cambio es para vosotros, no para nosotros»A quienes viven en la calle, la existencia no cesa su empeño de traerles desafortunadas sorpresas. Para Ion han sido muchas las malas experiencias vividas, como el año pasado, cuando un hombre le asestó un golpe a Ronda. En otra ocasión, una persona que se acercó a ofrecerle comida a su perra la envenenó. «En apenas dos minutos la encontré con espuma en la boca y tumbada sobre el suelo. Muchas personas que transitaban la zona lo vieron y a ninguna le importó, solo para hacer fotos», cuenta con enfado, pues ella es la única amiga que, aun sin correa, no se ha marchado. Se salvó gracias a una mujer rusa, que le pagó un taxi y el veterinario.«La vida es mala, la vida es mala», repite Florín como un mantra. Tuvo que dejar su trabajo por problemas de discapacidad psíquica y, con 64 años, «no me coge ni mi madre, que está muerta». Todavía confía en que esa mala vida cambie, un optimismo que Ion no comparte. Él predice una eternidad en la calle, sea cual sea la situación política del país: «Nada va a cambiar, cada partido mira por su beneficio. El cambio es para vosotros, no para nosotros ».
